viernes, 3 de febrero de 2012

TROPIEZA.

Cuando somos niños, nuestros padres nos protegen al grado de seguir nuestros pasitos para no dejarnos tropezar. Es comprensible. El problema comienza cuando crecemos y nunca supimos como caer y tampoco como levantarnos. Y peor aún, cuando ya de adultos, tenemos que recurrir a quienes nos sobre protegieron y a la vez y sin querer, sembraron ese miedo a tomar decisiones "por nuestro bien". No comprendemos que el niño quedó atrás y llamamos a las 2 de la mañana a mamá o papá para preguntarles: ¿Qué hago?

!Se tropezó Margarita de Dinamarca!
Y pasa también en las actividades cotidianas. Los padres queremos dar todo, pero a veces podemos convertir a esos pequeños en unos perfectos inútiles. ¿Es posible que una mamá todavía cambie de ropa en las mañanas a su hija de 10 años para ir al colegio? Sí, si es posible. ¿Es posible que todavía le tiendan su cama y levanten su ropa del piso de un niñote de 20 años? Sí, si es posible.

Yo me he preguntado más de una vez que sería de mis hijos si yo les faltara. Y a veces tengo que actuar como tal, porque de otra forma no los ayudo a crecer. Son pequeños, pero ellos se bañan, se cambian solos y eligen su ropa a diario.
Un domingo me levantó el ruido de la licuadora. Estaban haciéndose un licuado de plátano (del cual me compartieron). No sabía si reír o asustarme, su padre y yo nos hemos reído mucho porque pensamos: "por lo menos estos chaparros no se mueren de hambre" (además del lindo gesto de dejarnos dormir tarde).

Cuando me fuí a estudiar a Monterrey, a mis 19 años sólo sabía hacer sandwiches, atún en todas su modalidades y.. creo que nada más. Me ví en la imperiosa necesidad de comprar un recetario y cocinarle a mi hermano con quien compartía departamento. Pobre. No sé como se comía el arroz/engrudo o la carne con pinta de suela de zapato que yo le cocinaba. Les juro que él sólo me alentaba a que siguiera cocinando, nunca me hizo mala cara. Fue así que aprendí tropezando.. claro,  con él como mi conejillo de indias. Al paso del tiempo me convertí experta en la cocina, al grado de disfrutar no sólo el sabor de mis platillos si no también la cara de quien se los comía. Y así, poco a poco asimilando lo que tenía que hacer sola lejos de casa. Tomar un camión o un taxi para irme a la universidad porque ya no estaba mamá que me llevara. Administrar mi dinero y trabajar porque si no, no había fin de semana. Detectar que amistades eran las que no me dejaban nada bueno y las que sí, porque tampoco estaba mamá para darme permiso de salir o no. 

Dejarnos caer, dejar a nuestro hijos tropezar y que vean que también te equivocas... sirve.
Ellos sabrán que lo importante es estar sobre el camino aunque tropieces. Te levantas, te sacudes el polvo y sigues caminando por el camino correcto. Muchos de nosotros tendríamos una historia diferente, menos "tropezada" si tuviéramos la certeza que la derrota enseña, educa, te sacude y deja salir tu verdadero ser.

Un buen amigo psicólogo me platicaba que el comenzar de cero tiene sabor. Sí, sabor. 
Depende de uno mismo si es dulce o amargo. Si te envenena o te nutre. Si te alimenta o te mata.
Tropezar, no es más que el verdadero camino a la libertad. A la verdadera.
EXIGE QUE TE DEJEN TROPEZAR.
Vive. Ovv.

3 comentarios:

  1. me encanta leerte Chiquis!! besos

    ResponderEliminar
  2. Felicidades Elda, la verdad es que tienes toda la razón, ahora nos toca no hacer de nuestros hijos, hijos dependientes y entender que al final el mejor regalo que podemos darles y dejarles es nuestro mismo aprendizaje a lo largo del camino ya recorrido que sin duda cada uno tendrá que recorrer el propio. Un abrazo.

    ResponderEliminar